Por Christian Rodriguez.
La fiesta Namunkurá cumple doce años y despunta sus primeros granitos de acné, que inmediatamente untará con pesado maquillaje. Es el maquillaje intrincado de las drag queens, marca de identidad de esta fiesta, que recorren la pista con autoridad faraona, estirando la mirada en pestañas larguísimas, subidas a empinadísimas plataformas. Desde esas alturas nos vigilan con gesto adusto y maternal, el resto bailamos en el llano, hamacados por el house que sirven Pablo Martinni y Towahot (residentes) y Dr. Trincado (invitado frecuente).
No es poco, doce años, cuando las modas se hacen cada vez más pasajeras y ansiosas. Los celulares se agigantan o se vuelven minúsculos, los nevados son lo más y luego lo menos, la melena ahora hay raparla a lo marine. ¿Cómo hizo Namunkurá para, no solo sobrevivir desde el 2005, sino seguir siendo popular y al mismo tiempo mantener sus colores verdaderos, como pedía Cindy Lauper que, de paso, se sentiría como en su casa en esta fiesta? “Lo moderno es retro”, claman los namunkurenses (¿?). Y ahí está el secreto. Namunkurá va hacia el pasado, hacia los noventa, y se sostiene en dos pilares noventosos. El pilar musical es el house, envolvente, hipnótico, espolvoreado con una ironía bailable. Bailar, esa es la idea. A Namunkurá podés ir solo porque todos bailan en círculo y los círculos se abren para invitarte al vaivén sincro.
El otro pilar noventoso es el drag: una recuperación de los tiempos míticos de El Dorado, Morocco y Ave Porco. “Vení montada”, arengan los namunkurenses en los días previos en el facebook. ¿Montada? Definición: producida, maquillada, reconvertida, subida a tacos o plataformas. O como se te ocurra, porque lo retro es tomar cualquier cosa del pasado y desplegarlo como un plumaje, para brillar. Puede ser cara entalcada y peluca a lo Luis XIV, o cresta punk y tachas ochentosas, o vaporosa propaganda de champú sixties. La famosa drag norteamericana RuPaul afirma “todos nacemos desnudos, el resto es drag” (o sea, montaje, espectáculo, disfraz).
El cronista lo vivió en carne propia. La primera vez que fue a la Namunkurá fue desprevenido, sin saber nada de la fiesta, encantado solo por el repiqueteo flautista de Hamelín del nombre: Na-mun-ku-rá-Na-mun-ku-rá. Y se vio pronto rodeado de torres de piernas altísimas, cinturas encorsetadas en vinilo, caras entalcadas como marías antonietas barbudas, mientras que él apenas calzaba unas zapatilas azules, unos jeans grises, y una camisa leñadora. El efecto fue inmediato y cómico: como todos alrededor eran “raros”, el que se sentía raro, con su previsible atuendo pachorra, era el cronista. Todos somos bizarros, pensó, lo bizarro era el elemento unificador, y enseguida dieron más ganas de bailar. Y girando, en la pista, se ve de todo: hombres y mujeres, de todas las edades, de todos los colores, reos o hiperproducidos, y se hace imposible el catálogo. El espectáculo está al nivel de la pista, uno puede quedarse embobado mirando a alguien posando, Vogue, como un jeroglífico, de perfil, geométrico, Vogue, avanzando cuadro a cuadro, Vogue, en rápida sucesión.
En una pista paralela, conectado por un breve pasillo, está Réquiem, con menos luz, donde pulsan los greatest hits dark de los ochenta. Esa música que ya no se escucha en las pistas, en versiones originales, acompañadas de sus videos. Es un buen ejercicio el de rotar de pista en pista, de Namunkurá a Réquiem, entrando en loop ochentoso – noventoso – ochentoso – etc.
Acodado en la barra, acomodando la vista a la luz tenue, pienso. ¿Por qué se le dice “montarse” al acto de producirse, disfrazarse, desplegar el plumaje? Montar tiene varios significados. Es dominar a un animal, tirando de las riendas, recuperar el control. También es montar un espectáculo. Y también es montar un aparato, armarlo a partir de sus partes. La palabra es perfecta y expresa una idea fascinante: uno gana control sobre sí mismo cuando se arma como un artefacto, pieza por pieza, y despliega su mejor espectáculo. La identidad como elección, mutable, disfraz, como lenguaje que se ofrece a otro para que lo lea.
Sigo pensando, mientras me acercan un vaso que brilla verde flúo, una pócima. ¿Por qué se llama Namunkurá? Saco el celular y busco en internet. En mapuche, namum es pie y curá piedra. Namunkurá es, entonces “pie de piedra”. Y designa, metafóricamente, a alguien que es “firme, decidido, imparable”. Miro alrededor, busco los pies de la gente bailando en la pista, y veo plataformas altísimas, tacos aguja, zapatillas rotas. Todos pies de piedra, firmes, aguerridos, abriendo espacio, sin pedir permiso, y entonces entiendo: Namun-kurá.
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Namunkurá festeja sus 12 años hoy, 21/4/2017, en Requiem Club: Avenida de Mayo 948. CABA. Abre a la 1:30 y sale $100. Tocan Pablo Martinni y Towahot y como invitado, Dr. Trincado. Anfitrionas: Ihona Tempura y Mia Doll. Fotos: Pablo Fanjul.
Sitio web: namunkura.com.ar
Facebook: namunkuraclub
Instagram: clubnamunkura
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Créditos:
Foto flyer: Ignacio Sottano.
Fotos fiesta: Pablo Fanjul.